Una actitud es una
predisposición para evaluar un objeto o producto de manera positiva o negativa.
La mercadotecnia social se
refiere a los intentos por cambiar las actitudes y comportamientos de los
consumidores de forma que sean benéficas para la sociedad en su conjunto.
Las actitudes están
constituidas por tres componentes: creencias, afecto e intensiones de
comportamiento.
Tradicionalmente, los
investigadores de actitudes suponían que las actitudes se aprendían en una
secuencia fija, que consistía en la formación de creencias (percepciones)
respecto a un objeto de actitud, seguida por una evaluación del objeto (afecto)
y después por cierta acción (comportamiento) dependiendo del nivel de
involucramiento del consumidor y de las circunstancias, las actitudes pueden
ser resultado de otras jerarquías de efectos.
Una clave para la formación de
actitudes es la función que estas desempeñan para el consumidor; por ejemplo,
¿es utilitaria o ego-defensiva?
Un principio de organización en
la formación de actitudes es la importancia de la consistencia entre los
componentes de la actitud, es decir, algunas partes de esta pueden alterarse
para que concuerden con otras. Estos enfoques teóricos hacia las actitudes,
como las teorías de la disonancia cognoscitiva, la del equilibrio y la de la
congruencia acentúan el papel vital de la necesidad de consistencia.
Saber apreciar la estructura y
composición de una actitud es una habilidad de gran importancia para entender
el papel que desempeñan las actitudes en el comportamiento del consumidor.
Cuatro grandes categorías de modelos de actitudes han sido objeto de atención:
el modelo de los tres componentes de la actitud, los modelos de actitudes con
atributos múltiples, los modelos de actitudes referentes al intento de consumir
y los modelos basados en la actitud hacia el anuncio.
La complejidad de las actitudes
se resalta en los modelos de actitudes de atributos múltiples, en los cuales
los conjuntos de creencias y evaluaciones se identifican y combinan para
predecir una actitud global. Factores como las normas subjetivas y la
especificidad en las escalas de actitudes se han integrado a estas mediciones
de actitud para mejorar su capacidad predictiva.
CONDUCTA DEL CONSUMIDOR
La conducta del consumidor se ha analizado desde principios de siglo como
un objeto de estudio de gran interés. Sin embargo, sólo a partir de los años
sesenta se comienzan a realizar estudios sistemáticos destinados a evaluar las
dimensiones subjetivas que influyen en las conductas de compra y se comienzan a
elaborar definiciones sistemáticas de lo que vamos a entender por
Comportamiento o Conducta del Consumidor.
La conducta del consumidor puede ser definida como los procesos de toma de
decisiones y las actividades físicas implicadas en la evaluación, adquisición,
uso y disposición de bienes y servicios (Loundon y Della Bitta, 1993). Por otra
parte, la American Marketing Association la define como la interacción dinámica
entre el afecto, la cognición, la conducta y las circunstancias externas por las
que los seres humanos conducen los aspectos del intercambio en sus vidas.
(Peter y Olson, 1993).
Para Wilkie (1994) la conducta del consumidor implica las actividades
físicas, mentales y emocionales que la gente efectúa cuando selecciona, compra
y dispone de productos y servicios tanto para satisfacer necesidades como
deseos.
Robertson, Zielinski y Ward (1984) agregan que la conducta del consumidor
implica una secuencia de decisiones y actitudes, centradas en la toma de
decisiones sobre si consumir o ahorrar, sobre las categorías de bienes y
servicios a consumir, sobre las marcas a consumir, sobre la conducta de compra
y el shopping, y sobre cómo los productos serán usados y eliminados.
Un aspecto central a considerar es la supuesta racionalidad de la conducta
humana, supuesto que subyazca a la mayoría de las teorías económicas y sus
investigaciones empíricas. Por el contrario, casi todas las aproximaciones
psicológicas implican que algo distinto a la racionalidad determina la
conducta, la mayoría de los estudios señalan que el principio de racionalidad,
desde el punto de vista económico, no se mantiene.
Es preciso entonces definir lo que entendemos por racionalidad. Para Lee
(1991), la racionalidad tiene dos sentidos. Por un lado, un individuo se
comporta racionalmente si esta persona parece sensible a las circunstancias que
le rodean. Pero también podemos referirnos a este concepto a la hora de
describir el proceso por el cual una persona toma una decisión: será racional
si logra entender las consecuencias que se deriven de su acción y selecciona
aquel curso de acción cuyos resultados son más probables. La economía considera
fundamentalmente la primera acepción que se basa en una descripción de la
conducta a diferencia del segundo caso que se orienta a una descripción de los
mecanismos que subyacen a la conducta.
Como lo plantea Luna (1998) en psicología económica se ha optado por el
término “maximización” refiriéndose a la conducta que busca maximizar un
resultado en lugar de analizar su racionalidad o irracionalidad. Desde esta
perspectiva, la gente se comporta de tal modo que maximiza alguna función
(subjetiva) de todos los costes y beneficios que operan en una situación.
En este ámbito, se ha demostrado que los sujetos tienden a preferir
resultados inmediatos en lugar de retrasar la gratificación aunque esta sea
mayor a largo plazo. Ello implica que de no mediar otros factores,
socialización, valores, actitudes, es más probable una conducta de gasto que
una conducta de ahorro y por ello la conducta de compra es un elemento
importante de estudiar porque determina los patrones económicos de la sociedad
actual.
En síntesis, cualquier estudio del comportamiento humano está influido por
la orientación propia del investigador, la imagen que sostenga de la persona y
la naturaleza del problema que pretende explicar. Según algunos autores, -ver,
por ejemplo, Kassarjian, 1985- la variedad de interpretaciones acerca de las
formas de concebir el estudio del comportamiento del consumidor , pueden
organizarce en dos grandes paradigmas:
Paradigma de procesamiento de la información. Se centra en el estudio de
cómo el consumidor recibe, almacena y usa la información comercial. En esta teoría subyace la imagen de un consumidor básicamente racional, tal
como lo expresa Solomon: “Consumers are goal oriented, and their purchase
decisions are often (but certain not always) carefully calculated to provide
the greatest amount of benefits received for the money spent”(Solomon: 1998,
15). Las principales áreas de estudio se concretan en el análisis de los
procesos de decisión, la evaluación de la imagen de marca, el procesamiento de
la información comercial, recurriendo con frecuencia a la psicología cognitiva
como marco teórico fundamental.
Paradigma Experiencial. En contraposición a una imagen racional del
consumidor, desde este ámbito, se considera importante el estudio de otros
aspectos sociales, culturales y afectivos relacionados con la conducta de
compra. Se centra en la explicación de cuestiones más subjetivas: la simbología
de la publicidad, los valores hedonistas, la influencia de sentimientos y
emociones, la valoración afectiva de la marca, etc. La visión que se aporta
desde este campo es más abierta, se trata de interpretar estos procesos y su
influencia aunque no puedan cuantificarse.
Estas dos posturas sintetizan las actuales preocupaciones en el estudio del
comportamiento del consumidor. Por un lado, la necesidad de objetivar el acto
de compra y las variables que implica con el fin de establecer relaciones
causa-efecto. Dicho de otro modo, mediante este estudio se busca predecir
comportamientos. Por otro, se busca interpretar los actos humanos desde una
lógica más profunda y cualitativa. Se trata de entender el comportamiento del
consumidor, sus necesidades y motivaciones, las influencias -internas y
externas-, sus actitudes y valores, etc. Estos fenómenos, aunque sea
dificultosa su medición, tienen gran protagonismo en cualquier decisión de
compra y por lo tanto, constituyen un núcleo de estudio interesante.
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